La parte humana del algoritmo

El algoritmo no solo opera y coexiste desde lo tecnológico, sino también desde lo simbólico, desde lo imaginario.

La experiencia humana ha tenido un nuevo acompañante en estas últimas décadas. Formas de denominarlo hay muchas: es un compañero no humano que algunos lo tildan de cuasi-humano por su capacidad de leernos; es un ente que se mueve desde lo subrepticio y vigila cada paso que damos en lo digital; también es una secuencia de pasos lógicos-programados; y finalmente le podemos llamar un actor o intruso que dentro de la industria del marketing es nombrado una y otra vez cada que se le ocurre mutar; sólo tiene que cambiar su secuencia para que suenen las alarmas y todos los gurús hablen de cómo ahora funciona, cómo puedes aprovechar su modificaciones, etcétera y etcétera.

Así es, estamos hablando de los susodichos “algoritmos”, los cuales, hoy en día se piensan más cómo administradores técnicos de lo que percibimos en las redes sociales que como conjuntos prescritos de instrucciones (humanas). Por ello, dentro de la experiencia personal se les dibujan colectivamente como agentes invasores que captan la actividad humana, modifican la experiencia de navegación y exponen publicidad no deseada (o deseada). Y en el caso de la industria del marketing, se producen proliferadamente un cúmulo de artículos y contenidos semanales, esbozados por marketeros alias “intérpretes del código algorítmico”, que retratan cómo descifrar estas instrucciones, y cómo adaptarse al nuevo juego que imponen en cuanto a la visibilización de contenidos.

Cabe mencionar que ambas formas de pensarlo enmarcan el algoritmo como un agente tecnológico externo que nos domina y como un código que preecribe la conducta humana sin alteración alguna. Sin embargo, se olvidan de la dimensión humana en la que el algoritmo es un actor (actante) más dentro de un entramado sociotécnico complejo, en donde las personas proponen, interpretan y resignifican, y no necesariamente son dominadas vía algorítmica.

Precisemos. Si bien es cierto como dice Beer (2010) que los algoritmos que regulan las redes sociales definen lo que encontramos, y tienen el poder importante en la circulación de los datos y cómo estos son filtrados y dirigidos, también es cierto que no todo tiene que ver únicamente con el código algorítmico y la dimensión tecnológica, esto por dos razones. La primera es de carácter simbólico e imaginaria, la segunda tiene que ver con el efecto en el mismo algoritmo por parte de la actividad humana.

En cuanto a la primera. Pese a que el algoritmo define qué vemos, también es importante entender cómo las personas se imaginan su funcionamiento, y cómo esto modula su devenir digital. Hay personas que tienen una relación con su computadora de desconfianza, ya que todo el tiempo se sienten observadas y, por ende, su actividad es poca, casi nula o esporádica, sin ningún eje conductual claro. Hay otras que creen que el algoritmo no las escucha, ya que les muestra publicidad que no tiene nada que ver con ellos, lo cual, no sólo genera una experiencia digital desagradable, sino también un estado de insatisfacción en su navegación, al grado de recurrir a extensiones de bloqueo. En ambos ejemplos, la interpretación humana produce ciertas conductas: en un caso la falta de actividad por la desconfianza, en otro, el malestar y la aniquilación de la publicidad mediante plug ins.

Y, por otro lado, es importante reconocer que el algoritmo por sí mismo funciona desde la actividad humana. Ergo, no entender el otro lado (qué ocurre con la actividad humana) produce una visión sesgada en la interpretación de cómo operan. Bastante del contenido que se muestra no sólo tiene que ver con lo tecnológico y con la arquitectura algorítmica, sino también por sucesos humanos que intervienen en la visibilización de contenidos digitales. Esto ya lo tienen claro los mismos que crean los algoritmos al armarlos con una sensibilidad a la actividad, pero no así los académicos y marketeros que pretenden descifrar lo digital desde una postura determinista a nivel tecnológico.

Finalmente, como dice Bucher (2017):

"Si queremos comprender el poder social de los algoritmos, es importante entender cómo los usuarios encuentran y dan sentido a los algoritmos, y cómo estas experiencias, a su vez, no solo configuran las expectativas que los usuarios tienen hacia los sistemas computacionales, sino que también ayudan a moldear los algoritmos por sí mismos."