Lipovetsky, Superman y el emprendedor tuitero

El nuevo Superman tiene que ver más con imágenes hiperreales que con ejecuciones de prácticas

Se divulga un argumento poco a poco. Pasa de oreja en oreja, se acepta, y por su novedad asociada con el neoliberalismo, se repite en aulas, congresos, libros y plaza públicas. La idea que plantea expresa más o menos lo siguiente: ya no estamos en la era amo-esclavo, aquella que el marxismo divulgaba donde uno podía apreciar, de modo claro, al esclavo (el proletariado) y al amo (el burgués). En épocas de Entrepreneurs, Internet a la mano y conexiones ilimitadas en la mayoría del plantea, el amo y esclavo ya es uno misma persona.

En otras palabras, se trata de definir al sujeto neoliberal dentro de una lógica de auto-optimización. Como diría Byung Chul Han: este se encuentra más atado a la libertad como dispositivo de poder que a instituciones que funcionan desde lo disciplinario. Hay una mutación del “tienes que ser” al “puedo (y quiero) ser”. La primera figura habla de un sistema represivo que moldea al sujeto mediante sanciones, exámenes y una vigilancia minúscula, la segunda funciona bajo el ideal del yo heroico, esto es, bajo un esquema proyectivo: lo que podría-y-me-gustaría-ser (es cuestión de ponerse las pilas). Del sujeto al proyecto.

La llegada de Superman diría Lipovetsky. Figura mitológica que permite entender las nuevas subjetividades y su relación con el placer, la felicidad y el consumo. De hecho, Superman es el ejemplo de la sociedad de la eficacia, en donde se le dice adiós a las voluptuosidades vagabundas, pues todo es exhibición de poderío, exhibición máxima de los potenciales, superación de uno mismo.

Solo hace falta ver el canal de Twitter para encontrar este fenómeno: miles y miles de perfiles se posicionan como Entrepreneurs, Heroes o Gurús, y su actividad consiste en exponer sus logros, aconsejar, demostrar su inteligencia a golpe de tuit (con información sobre su profesión), y mostrar sus fracasos siempre en función a un éxito que resulta de estos. El fracaso es el camino al éxito, no es un estado independiente o una condición no ligada a la superación.

Sin embargo, pensar este marco interpretativo de forma general, para el filósofo francés, es sumamente cuestionable. De hecho, argumenta que lo que se dibuja bajo la bandera de carrera contrarreloj o lógica de autosuperación y optimización descarrilada, no es un neoascetismo productivista sino un narcisismo emocional.

No se trata de un perfeccionamiento compulsivo sin freno alguno, no es la perfección por la perfección, este tren identitario lleva una cuestión estética que no se mide en cuántos proyectos se venden, o cuánto trabajo se realiza, o cuántas veces se alcanza el éxito, sino en qué tanto se construye una imagen perfecta y coherente.

El emprendedor-tuitero, en su mayoría, tiene más como objetivo presentar su figura estelar que realizar un sistema de prácticas perfectas. Además, desde otra óptica, la visión no es omnipresente, ya que analiza sólo una clase social que vive bajo el esquema neoliberal del autogobierno y administración del yo: no todos son dueños de su tiempo, no todos disfrutan su trabajo, en fin, no todos han trascendido al esquema amo y esclavo personal.

El culto al cuerpo es otro ejemplo. A pesar de la tendencia por el ejercicio, la selfies del cuerpo trabajado, el tema light, la ecología, la alimentación sustentable, la mayoría de la población come demasiado, se alimenta mal y es cada vez más sedentaria. Esto habla más de que la sociedad que nos gobierna es menos una sociedad de dopaje que una sociedad de consumo de modelos e imágenes de excelencia.

En ambos casos, el laboral y el corporal, la optimización está más relacionada con un espectáculo de imágenes que en prácticas reales. Se trata de más de un deseo no consumado que genera paradojas psíquicas que con un modelo tal cual de la realidad cotidiana.