Nietzsche e Internet: locura, identidad y escritura

Se habla mucho de la transparencia en medios sociales. Frente a toda la idea, re-expuesta, de la capacidad de libertad que generan las plataformas sociodigitales, existe una preocupación académica por la aniquilación de lo privado (post-privado) y, simultáneamente, la utilización de la información íntima como medio de control y espionaje. Ya lo dice Byung Chul Han en su libro “La Sociedad de la Transparencia", aquella donde la subjetividad queda remitida al torrente liso del capital cognoscitivo, esto es, la homologación de las personas a datos calculables desde el Big Data.

Sin embargo, existe una contra-réplica. Pensar que los medios sociales producen la transparencia del yo es olvidar que toda visibilidad produce lo oculto. En términos concretos, si alguien publica imágenes referidas a su trabajo para resaltar el éxito que ha construido en los negocios, oculta la información vinculada a sus momentos de distracción, al “tiempo libre” que le permite difuminar un poco la tensión laboral y profesional. Así, toda foto que revela una persona en traje recibiendo un premio por constituir la “empresa más innovadora”, oculta toda imagen que contradiga la figura mítica del superhéroe del siglo XXI: el entrepreneur. El retrato del empresario invisibiliza la figura del ciudadano del fin de semana.

Por tanto, los medios sociales se pueden pensar como hiperrealidades falsas, o mejor dicho, como retratos de deseos no consumados o fantasías que se pretenden mostrar a la red de lazos fuertes y débiles. Bajo la dicotomía visibilidad/invisibilidad las personas juegan con su identidad, trazan una pieza de sí mismos que tapa experiencias paradójicas o contradictorias. El perfil de Facebook, de Twitter, o de Instagram es una máscara nada más, una proyección semi-falsa de la persona, una fachada que oculta el verdadero “yo”.

No obstante, otra objeción; y para exponerla, se recurrirá al congreso psicoanalítico que se enfocó en dictaminar el caso de Nietzsche. Según Cragnolini, el tema fue discutido en dos sesiones de los Miércoles, en los inicios del psicoanálisis: la del 1 de abril de 1908, y la del 28 de octubre del mismo año. Y dentro de las interpretaciones, a pesar de ser distintas, el diagnóstico general argumentaba que el caso tenía que ver el notorio contraste entre la conducta cotidiana del filósofo (triste y sombría) y el tema de sus obras (gozo, júbilo y danza dionisíacos). En fin, el resultado de la locura estuvo relacionado con la disparidad entre su vida y su escritura: lo que Nietzsche no realizó en su vida, lo exaltó en sus libros.

Haciendo la analogía, podría ser que en los medios sociales ocurre más o menos lo mismo. Quitando el tema del diagnóstico pareciera que lo que le aconteció al filosofo es lo que les ocurre a las personas en los medios sociales. Las personas “reales” son las que están detrás de las pantallas, y sus facetas “falsas” son producto de una carencia personal, de una forma de producir o hacer realidad sus deseos digitalmente. Publicar sobre uno mismo, ocultando la subjetividad, es un intento de superar el “es” (quién soy) por el “debe” (quién quiero ser ante los demás).

Empero, desde la idea del deseo y la escritura de Nietzsche, esta interpretación presentaría sólo una faceta del fenómeno. El deseo, para el autor, no es una cuestión que se produzca de la dicotomía presencia/ausencia, sino es producto de fuerzas que al entrecruzarse constituyen configuraciones diversas y múltiples. Desde aquí, las plataformas sociodigitales (y lo que ocurre en ellas) no son falsas proyecciones, sino formas de vida que se trazan desde las condiciones de Internet: públicas, entrelazadas con la lógica del mercado, insertas desde dispositivos que permiten la edición narcisista exacerbada del yo. Total, más que pensar en un yo falso (reflejo de deseos no consumados), es más adecuado pensar el acto de publicar como una forma de existir, una manera de presentarse ante los demás. Déjese la metáfora de la máscara falsa (que cubre una verdadera), y piénsese en una máscara (dentro de muchas) en función de tensiones digitales y no digitales.

Por ende, como dice Cragnolini, la escritura no es el acto de un sujeto que traslada contenido de vida a una determinada forma, no el diseño de presentación de experiencias vitales. La escritura misma es experiencia de vida, y por ende, relatarse en medios sociales es vivir, de experimentarse en las condiciones que posibilita la red.